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¿Cuál es el camino para sanarse?

  • Foto del escritor: Roberto Pacurucu
    Roberto Pacurucu
  • 19 may
  • 2 Min. de lectura


Esta fue una pregunta que surgió durante una conversación que tuve hace poco sobre cómo acompañar a otros en sus procesos. Y al volver a casa, me quedé pensando en mi propio recorrido, en lo que realmente me ha servido.


La verdad es que las heridas siguen ahí. Pero ya no dominan mi vida ni mis reacciones. Entenderlas, mirarlas de frente, me ha dado una calma que no vino de una fórmula mágica, sino de haber elegido —una y otra vez— conocerme y estar presente conmigo mismo.


Eso fue lo que intenté poner en palabras en este texto.


¿Existe una fórmula? Desde mi experiencia personal, no siento que haya tenido un camino definido, ni creo que la sanación sea una meta que se alcanza una sola vez en la vida.

Pienso que somos un universo completo que vamos conociendo a lo largo de nuestras vidas. Que la vida no se trata de llegar a una versión ideal de nosotros mismos, sino de aprender constantemente sobre lo que somos, sobre lo que sentimos, sobre lo que duele.


Claro que en el camino recogemos frutos, flores, momentos de claridad o gratitud. Pero con el tiempo he comprendido que el proceso en sí es el verdadero aprendizaje. Que permitirnos conocernos —sobre todo cuando algo duele— es lo que nos permite no volver a abandonarnos la próxima vez. Porque sí, la mayoría de veces, cuando algo nos duele, lo que hacemos es alejarnos de nosotros. Nos desconectamos, nos exigimos seguir sin mirar. Y eso termina siendo justo lo que más prolonga el malestar.


En cambio, si usamos esos momentos como oportunidad para ver con honestidad lo que ya no se sostiene en nuestras vidas, el dolor y la tristeza se vuelven una puerta. Una incómoda, sí. Una que no sabemos cuánto tiempo nos va a tomar atravesar, también. Pero no es eterna. Y al otro lado, la recompensa es real. No solo para nosotros, sino también para los que estuvieron antes y los que vendrán después.


Sanar, entonces, no se trata de olvidar lo que pasó, ni de alcanzar un estado perfecto. Es como cuidar un jardín. Un jardín que a veces florece y otras no. Que puede tener plagas, sequías, tormentas. Pero a medida que lo conocemos, entendemos cómo tratarlo, cómo sostenerlo con paciencia. Aprendemos a acompañarlo en sus ciclos, incluso en aquellos que no podemos controlar.


Y con cada ciclo difícil, llega un nuevo conocimiento. Uno que nos acerca más a nosotros mismos, a nuestros vínculos, y a la Fuente que nos habita.


Para mí, lo importante no es llegar. La meta no es el resultado. La meta es todas las veces que decidimos vivir el proceso. Todas las veces que, incluso cayendo, elegimos volver a levantarnos y continuar con humildad nuestro tránsito por la Tierra.


Con cariño,

Roberto

 
 
 

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